La vez que volví a ver a mi niña interior… y no la solté más

Hay memorias que no se borran.
Quedan ahí, en algún rincón del alma, esperando que un día tengamos el valor de volver a mirarlas.
Y esta… es una de esas memorias.

Yo me recuerdo…
Tenía como siete años cuando sentía feliz, hasta que paso algo que me marco la niñez.
Me sentía segura. Me sentía capaz.
Recuerdo una foto que aún tengo guardada: yo, sonriendo con un premio en la mano.
Fue uno de esos momentos donde todo se sentía bien.
Era una niña brillante, aplicada, curiosa, sensible. Siempre obtenía becas, reconocimientos, me destacaba.
Esa era yo… o al menos, eso creía.
Porque apenas un años después, algo dentro de mí se apagó.
Cuando comencé a ver más de lo que quería
A los ocho años, algo cambió.
Fue como si el mundo se volviera más gris, más incómodo.
Comencé a notar cosas en mi entorno que antes no entendía.
Empecé a escuchar historias…
Viendo cosas en la television muy fuertes (para que una niña a esa edad pueda entender). Hay cosas que la mente de un niño no puede comprender y ver la realidad de la imaginacion separadas. Lo que un niñ@ en la television o fuera lo asume como real. Creci viendo novelas fantasiosas, casos de la vida real (con historias fuertisimas, Laura, peliculas para mayores de edad con esenas muy traumaticas. Osea veia television todo el tiempo que no estaba en el colegio veia muchequitos con mi primos o tele con mi abuela. Mi abuela hermosa, no ponia esos shows en mal plan, osea mi abuela, veia eso shows porque asi tambien crecio. Hay que tener cuidado, con lo que ven nuestros hijos a esa edad, ya que pierden noción de la realidad y fantasia.
Que viste en la televisión de chiquita que sigue en tu mente?
Que esena impacto y sigue resonando en tu mente?
Ademas, escuchaba historias de mis amigas de mi misma edad. Cosas que ninguna niña debería vivir.
Y aunque a mí no me había pasado… sentí miedo. Miedo real.
Miedo de que algún día pudiera pasarme.
Entonces, encontré una “solución”.
En mi mente de niña, comencé a formar una idea:
«Si engordo, no me van a mirar. Si me escondo detrás del peso, estaré a salvo.»
Y así empezó todo.
Comencé a comer.
No por hambre. No por antojo.
Comía por protección.
Comía para no ser vista. Para no ser deseada.
Comía como quien construye una armadura invisible alrededor de su cuerpo.
Era mi forma de protegerme, de sobrevivir. No culpo a mi entorno, ellos hicierón lo unico que podian hacer con las herramientas que tenian.
El precio de protegerme fue sentirme sola
El problema fue que esa protección se convirtió en una barrera… contra todo.
No solo me escondía de los demás, también me escondía de mí.
Me empecé a sentir diferente a mis amigas, distinta a mis primas.
Mientras ellas jugaban, usaban ropa linda, hablaban de chicos, yo me escondía tras una sonrisa forzada.
No me sentía bonita. No me sentía deseable.
Me sentía invisible… y al mismo tiempo, juzgada.
Y peor aún:
Rechacé a esa niña.
Esa versión de mí que había engordado, que se había vuelto callada, que ya no destacaba como antes… la empecé a ignorar.
Cada vez que veía una foto de ella de mí misma a los nueve, diez años sentía incomodidad.
Le tenía rabia.
Me parecía que había arruinado algo que era “perfecto”.
Pasaron muchos años así… años de desconexión, de silencio, de juicio.
Hasta que un día, la busqué…
Fue un impulso.
Algo dentro de mí, empeze a trabajar en mi, me llevó a regresar a ese lugar donde todo había comenzado: mi colegio. me llevo a ese momento años, ese mismo colegio donde había corrido, reído, brillado… y también donde había empezado a esconderme.
En mi imaginación, donde pasa todo. Me senté en las gradas.
El patio estaba vacío, pero mi corazón estaba lleno de recuerdos.
Cerré los ojos. Respiré. Y entonces… la vi.
Mi niña.
Ahí estaba.
Solita. Esperándome.
Tenía esos mismos ojitos grandes, esa misma expresión dulce…
Pero también tenía tristeza.
Estaba como preguntándome: “¿Por qué me dejaste?”

Y le hablé…
Me senté a su lado, en esa grada del colegio, no había nadie alrededor. Solo nosotras.
Le tomé la mano, aunque fuera imaginaria. Y le dije:
«Lo siento.»
«Lo siento por no haberte visto.
Por haberte abandonado.
Por haberte rechazado todos estos años.
Tú no eres el problema.
Tú hiciste lo que pudiste.
Comiste porque querías protegerte.
Engordaste porque pensabas que así estarías a salvo.
Y yo… en lugar de agradecerte, te critiqué.
Pero ya no más.
Te prometo que ahora estoy contigo.
Te voy a cuidar. Voy a trabajar fuerte y te prometo que este no es tu final, solo el comienzo. El comienzo de algo grande, de algo marravillos. Tienes bendicion, y eso nadie de la puede quitar. Si, Dios esta contigo! Quien contra ti, quien contra ti.
Y no voy a dejar que nadie te vuelva a lastimar.
Y lloré.
Lloré como no había llorado en años.
Nos abrazamos.
Y en ese abrazo… me liberé.
Sanar a tu niña interior es regresar a ti misma
Ese día algo cambió para siempre.
Entendí que mi niña no estaba rota.
Estaba herida.
Y lo único que necesitaba… era ser vista.
Desde entonces, he aprendido a hablar con ella.
A preguntarle qué necesita.
A mirarla en mis fotos con ternura, no con vergüenza.
A recordarle y recordarme que ella fue valiente.
Que su forma de sobrevivir fue pura sabiduría emocional.
Y que hoy… gracias a ella, soy quien soy.
Si tú también tienes una niña herida…
Te invito a buscarla.
No necesitas regresar a tu colegio.
Solo cierra los ojos.
Ve a ese rincón donde ella se escondió… y abrázala.
Dile que no fue su culpa.
Dile que la ves.
Dile que no está sola.
Sanar a tu niña interior es uno de los actos más transformadores que puedes hacer.
Porque cuando la sanas a ella, te sanas tú.
Y cuando tú sanas… inspiras a muchas otras mujeres a sanar también.
No estás sola.
Aquí estamos, todas volviendo a casa.