Entre la Salud y la Obsesión
¿Has sentido que el ejercicio, en lugar de liberarte, te esclaviza?
A veces, el ejercicio puede dejar de ser saludable y volverse una obsesión, especialmente cuando convivimos con un trastorno alimenticio. Durante años, esa fue mi realidad, y hoy quiero compartirla contigo. Si esta experiencia resuena en ti, sigue leyendo; no estás sola en este camino.
Por mucho tiempo, mi vida giraba completamente en torno al ejercicio. No era solo una rutina, se convirtió en una obligación enfermiza. Me convencía de que estaba haciendo lo correcto: ‘El ejercicio es saludable’, me decía, ‘tengo que mantenerme activa, no puedo permitir que mi cuerpo se vuelva perezoso.’ Pero detrás de esas excusas, se escondía una verdad más oscura: el miedo constante a engordar, el pánico a no quemar suficientes calorías. No importaba cuánto cansancio sintiera, siempre me forzaba a seguir adelante. Hacía spinning durante una hora, luego corría otra hora más, o seguía hasta alcanzar las 800 calorías quemadas. Todo era parte de esa necesidad desesperada de compensar cada mordisco que había dado el día anterior, ya fuera una banana con una cucharada de mantequilla de maní, una galleta o incluso un jugo.
Me levantaba todos los días a las 4:10 a.m., y para las 5:00 a.m. ya estaba caminando al gimnasio. Imagínate lo peligroso que era; una mujer caminando sola por 15 minutos a esa hora de la madrugada casi todos los días. Pero no pensaba en mi seguridad. Lo único que pasaba por mi cabeza era quemar las calorías del día anterior. Mi mente estaba atrapada en esa obsesión, no podía descansar ni permitirme un respiro. Y aunque los viernes me ‘permitía’ comer un poco más, la culpa no tardaba en apoderarse de mí. El sábado por la mañana, ya estaba lista para castigarme con más ejercicio, como si cada exceso, cada bocado extra, tuviera que ser pagado con sudor y dolor.
Lo peor de todo es que, aunque mi cuerpo se movía, yo no disfrutaba ni un solo segundo de ese ejercicio. No era un momento de cuidado personal o de liberación, era un castigo constante. Mi mente estaba consumida por pensamientos sobre la comida: ‘¿Habré quemado lo suficiente? ¿Mi cuerpo aún está procesando lo que comí ayer?’ Era un ciclo interminable de ansiedad y culpa. No sabía cómo parar, cómo descansar de verdad. Me decía a mí misma que era ‘muy energética’, pero la verdad es que estaba ignorando por completo las señales de agotamiento que mi cuerpo me enviaba.
Lo más irónico de todo es que, en mi obsesión por quemar calorías, nunca me detuve a pensar qué era lo que realmente estaba intentando quemar. Estaba extremadamente delgada, mi cuerpo ya no tenía reservas, pero en mi mente seguía esa idea fija de que cada bocado que comía tenía que ser compensado con horas de ejercicio. No había lógica en ello, no quedaba nada por quemar, pero mi mente no lo entendía. Me exigía más, como si mi valor dependiera de lo delgada que podía llegar a estar, sin darme cuenta de que ya me estaba dañando física y mentalmente. Era como perseguir un fantasma, tratando de quemar lo que ya no existía.
Eventualmente, mi cuerpo no pudo más. Un día, mi rodilla se rindió y me lesioné gravemente. El dolor fue insoportable y duró más de cuatro meses. Cojeaba al caminar, y aún así, no me detenía. Usaba una rodillera y seguía haciendo ejercicio casi todos los días. Esa lesión fue el principio de una toma de conciencia, aunque fue difícil. Empecé a reducir poco a poco, haciendo menos tiempo en el spinning, de una hora a 50 minutos. Pero mi mentalidad seguía atada al cardio, cardio, cardio. No me importaban las pesas ni los ejercicios de fuerza; solo quería quemar calorías. Vivía atrapada en la creencia de que, si no estaba sudando intensamente, no estaba haciendo lo suficiente.
Esa experiencia me cambió. Mi lesión fue la llamada de atención que no podía seguir ignorando. Me di cuenta del daño que le había hecho a mi cuerpo, de cómo lo había empujado al límite sin razón. Aunque fue un proceso doloroso, también fue liberador empezar a comprender que tenía que detenerme antes de causarme más daño. Y esto que les cuento es solo una pequeña parte de lo frustrante, agotador y castigador que fue el ejercicio en mi vida durante más de 10 años.
Cuando estaba atrapada
El problema alimenticio y la obsesión por hacer ejercicio, es real, y tu mente se convierte en un campo de batalla constante. Todo gira alrededor de las calorías, la comida y la necesidad de «compensar» cada bocado que ingieres. El ejercicio ya no es una forma de cuidar tu cuerpo, sino un castigo que sientes que debes cumplir para merecer comer. Cada movimiento está cargado de ansiedad, la culpa por lo que comiste y el temor a subir de peso. No puedes relajarte ni disfrutar, porque tu mente te dice que si no te mueves, no eres lo suficientemente valiosa. Es un ciclo interminable, donde la obsesión toma el control y te empuja a exigirte más y más, mientras te alejas del equilibrio y de la paz mental.
Por eso, hoy quiero que sepas que si estás en un ciclo similar, no estás sola. A veces, nos convencemos de que el ejercicio es sinónimo de salud, pero cuando se convierte en una obsesión, deja de serlo. El ejercicio debe ser una forma de cuidarnos, no un castigo. Aprende a escuchar a tu cuerpo, dale el descanso que merece. El bienestar no se mide por cuántas calorías quemas ni por cuántos minutos pasas haciendo ejercicio. Es mucho más que eso. Si te das cuenta de que te estás exigiendo demasiado, detente. Yo lo aprendí de la manera más dura, pero tú no tienes que hacerlo
«El ejercicio debe considerarse como un tributo al corazón, no como un castigo para el cuerpo.»
Deborah Day